By: LourdesDav
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El domingo 17 de julio de 2005 fallecieron en el incendio de Riba de Saelices (Guadalajara), once personas que trabajaban en su extinción: la dotación de una autobomba, Jesús Ángel Juberías Navarro de 42 años, y Mercedes Vives Parra de 43 años; los siete integrantes del retén de Cogolludo, Julio Ramos Ballano de 28 años, José Rodenas Parra de 52, Manuel Manteca Hernández de 23, Luis Solano Montesino de 35, Marcos Martínez García de 24, Jorge César Martínez Villaverde de 24 y Sergio Casado Iritia de 22; y 2 agentes medioambientales, Pedro Almansilla Fuero de 52 años, casado y con dos hijos, y Alberto Cemillán Jadraque de 37 años, casado y con dos hijos también.
Diez de ellos habían nacido en la provincia de Guadalajara, y uno en Cuenca. El conductor de una autobomba que acudió en su auxilio no logró llegar hasta el grupo, alcanzándole el frente del incendio a escasa distancia, siendo el principal testigo de lo que ocurrió, salvó su vida abriendo la espita del depósito y colocándose bajo el chorro de agua.
Este suceso se consideró de fuego eruptivo, que se había dado en otras ocasiones en España, la Gomera (1984 y 20 muertos), Parque Natural de Grazalema (1992 y 5 muertos), Millares en Valencia (1994 y 7 muertos), y Alájar en Huelva (1999 y 4 muertos). Se produce una gran aceleración en la velocidad de propagación del incendio que sorprende a los medios de extinción, a menudo sin opciones de escapar a lugar seguro. En el caso del incendio de Riba de Saelice, la vegetación arbustiva, dominada por la jara y material seco disperso, tan fácil de arder, junto a una gran superficie expuesta al oxígeno y topografía irregular, fueron las condiciones idóneas para que la velocidad de propagación llegase a los 121 km/hora en un área algo superior a las 2 hectáreas. Así, cuando el operativo dispuesto allí percibió que el frente de llamas evolucionaba de una forma tan tremenda, trataron de escapar en sus vehículos. Necesitaban cubrir aproximadamente 600 metros para escapar, pero solo pudieron recorrer 300.
Resulta complicado predecir estos movimientos convectivos que afectan a un área tan pequeña, pero aún era más difícil en aquel incendio de 2005. La investigación de este accidente ha permitido que conozcamos mejor este tipo de fenómenos, lo que ha mejorado nuestra formación y los métodos de trabajo en extinción.
El incendio se originó por una barbacoa en el merendero cercano a la Cueva de Casares el día anterior, habiendo sido advertidos los responsables por un agente medioambiental que les pidió que la apagasen por la sequía de aquel año, y por las condiciones peligrosas de aquel día. Al no haber una normativa que prohibiese tal actividad, no pudo obligarles a desistir de sus planes, y los excursionistas decidieron proseguir. Más tarde se alejaron para bañarse, momento en el cual el viento reavivó el fuego, y la extrema sequedad de la vegetación de alrededor permitió que se iniciara el incendio forestal.
Se quemaron 10.352,57 hectáreas de monte arbolado, la mayoría cubierto de pino resinero, sabina mora y roble, 2.380,16 hectáreas de matorral y pasto y 154,64 hectáreas de superficie no forestal. El incendio afectó a 2.400 hectáreas de alto valor ecológico pertenecientes al Parque Natural del Alto Tajo.
La investigación de las causas del incendio y de la responsabilidad de estas muertes dieron lugar a un largo y complejo proceso judicial. Aunque finalmente la responsabilidad penal recayó en el excursionista que hizo la barbacoa, el número de imputados fue aumentando entre responsables técnicos y políticos. Todo ello dio lugar a cambios en la normativa de uso del fuego y de la organización del trabajo de extinción, lo que ha permitido mejorar la prevención en ambos sentidos, reducir la probabilidad de que se inicie un incendio y de que se produzcan accidentes entre los trabajadores en la extinción, un largo camino que se sigue recorriendo.
En recuerdo a su memoria, en el parque Las Lagunillas de la localidad abulense de Casavieja, junto a la escultura realizada en bronce de un bombero forestal que representa un monumento a tan arriesgada profesión, existen once rosas negras por cada uno de los miembros del operativo que fallecieron en aquel dramático y triste suceso.
Ojalá nunca más tengamos que despedir con tanta desolación a mujeres y hombres tan valientes y entregados a la causa de la protección de nuestros montes, como lo eran los Once de Riba de Saelices.
Descansen en paz.